domingo, 1 de septiembre de 2013

¿Clara?



No me importaría dejarte volar sola bajo la única condición de que siempre sonrieras. No me importaría darle el último empujón a tu columpio si me garantizaras que tras el último salto caerías de pie. Que miles podrán desearte, puede que deseen tu cuerpo; pero nadie podrá necesitarte del modo que yo te necesito. Necesito de tu risa, de las migajas de tu soledad compartida, de tus besos de consuelo por ser el primero en haber llegado... Me enfrento a ti y me encuentro solo, me enfrento a ti y no tengo a nadie a quién enfrentar. Por tus ganas de que sea siempre mi voluntad.

Me pregunto si siempre será así, ¿cómo será cuando vueles sola?, ¿bajo cuál voluntad estarás? Si la voluntad tiránica de quienes siempre quieren llevar siempre la razón o la voluntad débil de los que, como yo, no van nunca a ningún lado por la malaria de la indecisión y el miedo.

Miedo que también tengo yo en los momentos en los que los cojones se me hacen tan pequeños como lentejuelas y mi voz se ahoga en la multitud. Multitudes de mujeres deseosas por comerte, multitudes que me aplastan entre gemidos y gritos. No tendré nada qué pedirte: solamente podré alegrarme por ti. Porque saltaste del columpio y, esta vez, caíste de pie.

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